domingo, 2 de febrero de 2014

¿Qué hacemos con las bibliotecas escolares?. Joaquín Rodríguez.

¿Qué hacemos con las bibliotecas escolares?

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El primer reflejo que tengo cuando me hacen esta pregunta es decir que cerrarlas. Algunos me dirán que no es necesario, porque nunca se abrieron. Otros sostendrán que en los años antes de la crisis se había hecho un esfuerzo notable por aumentar su dotación (tradicional, en forma de libros y algunos puestos de trabajo con ordenadores), pero en cuanto sobrevinieron las dificultades el primer lugar del que se recortó fueron las bibliotecas, poniendo de manifiesto que, en todo caso, no eran más que un espacio accesorio y enteramente prescindible porque nunca se había integrado en la lógica o la dinámica pedagógica del centro escolar. Se relega aquello, claro, que no parece tener valor alguno en el modelo imperante. En todo caso, convendría matizar.
Nunca me desharía de las bibliotecas escolares. Eso sí: las transformaría por completo, y les cambiaría el nombre. Hasta tal punto me parecen importantes que yo las tomaría como centro desde el que generar la revolución educativa. Sí, revolución.

Los espacios encarnan las ideas, son los conceptos subyacentes los que generan una forma determinada de espacios. Cada espacio encierra una lógica social determinada. Las aulas tradicionales son, por eso, encarnación de un concepto de transmisión unidireccional del conocimiento, de recepción pasiva y repetitiva, donde los alumnos no eran más que invitados de piedra. Las bibliotecas escolares tradicionales (la mayoría de las bibliotecas tradicionales), remedaban un mundo de conocimiento clasificado y ordenado que se obtenía mediante el acto de la lectura reflexiva y solitaria. En buena medida tiene que ver con eso, pero no solamente con eso.
Si hoy en día es unánime la opinión de que el aprendizaje se produce mediante la práctica, que las materias compartimentadas en segmentos temporales de 45 o 50 minutos carecen por completo de sentido y debemos ir hacia una forma de aprendizaje por proyectos, de tareas que integren conocimientos que contribuyan a la consecución de los objetivos y la competencias que se hayan establecido, que el aprendizaje requiere de la colaboración y la discusión con otros, de la discusión y del intercambio ordenado de puntos de vista, que cada alumno debe establecer sus propios objetivos y madurar siguiendo su propio ritmo, que los profesores deben ser sobre todo acompañantes y conductores de un proceso de maduración individualizado, que la competición y las calificación meramente cuantitativas dañan la motivación intrínseca de los estudiantes, que las escuelas deben abrirse a la comunidad que las rodea, incorporando a los padres y a todos los agentes que tengan algo que ver o que aportar, entonces necesitamos espacios diferentes.

La biblioteca escolar no puede ser por eso, en este nuevo modelo educativo, en este nuevo modelo conceptual, que un hub o un taller o un espacio de producción integrada de conocimiento donde los alumnos puedan disponer del lugar, de las herramientas y de los instrumentos necesarios para resolver los problemas que se les han planteado, donde puedan cooperar con su grupo de trabajo, donde puedan intercambiar ideas y perspectivas con los miembros de la comunidad educativa que deseen participar en el proceso, donde los propios profesores, convertidos en una comunidad intercambiable de coachers, tengan la oportunidad de transformarse.
Eso es para mi el futuro de la biblioteca escolar, en realidad, el futuro de la escuela y de la educación.
Permanezcan atentos a sus pantallas, porque en los próximos meses se anuncian grandes iniciativas.

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